Buen
lugar, en ningún lugar.
Con la publicación de Tomás Moro de su
obra literario-filosófica, “Utopía” (Año de publicación 1516), comienza un
género literario que contrapone la realidad a un imaginario político, ético,
cultural y económico. Será seguido por otros como Campanella y su “Ciudad del sol” (1602-1623), también se
pueden encontrar en otras culturas obras de un carácter equivalente en oriente,
mas, no significan una tendencia constante como a partir del renacimiento en
occidente. Los imaginarios políticos también se dieron en la antigüedad con las
estructuras presentadas por Platón con su “República” o la oligarquía de los
sabios de Aristóteles, sin embargo, no presentados como utopías sino como
imaginarios políticos concluyentes y posibles dentro de un contexto
narrativo-político inestable e ineficiente; en los mitos y relatos griegos se presenta
asimismo una serie de ejemplos ético-políticos pero no desde una perspectiva
estrictamente utópica. La definición etimológica nos puede expresar, en mayor o
en menor medida, el espíritu de la obra utópica comenzado en el renacimiento:
Tomás Moro no explicó el origen etimológico del título de la obra que después
dio lugar a un nuevo concepto filosófico, pero sabemos parte de esa genética; u- (ningún, no) y topos (lugar), con lo
que la definición se nos plantea como “ningún lugar” o “no-lugar” para ser
totalmente literales; mas, hay otra definición posible que también concatena
con el origen y la narratividad de la obra, eu-
(buen, bueno) y topos, dando así
una definición un tanto más certera que la anterior, “buen-lugar” o “lugar
bueno”. Si yuxtaponemos una a la otra adquirimos una definición, casi completa,
basándonos sólo en su genética etimológica: “buen lugar situado en ningún término”
o “un buen lugar que aún no ha sido implantado”.
Con esta explicación sabremos qué
significa pero, ¿para qué sirven las utopías? Kolakowski afirmaría dos de sus
funciones básicas: llevar a termino las creencias propias para las cuales se
mejoraría la sociedad hasta un punto inmejorable; llevar el deseo del paraíso a
lo terrenal, sería, así “los anhelos del un buen lugar”, eslabonando los
términos no lugar y buen lugar. Diferentes intelectuales añadirán otras
funciones al vocablo y ejercicio de las utopías como:
-
Función orientadora: aunque para
muchos autores la realización de las utopías sea inalcanzable, admiten advertir
su función dinamizadora de cambios en las realidades socio-políticas.
-
Función valorativa: ayuda a
reconocer los nuevos valores que engendra una cultura en concreto, a reconocer
los cambios culturales y la construcción deseable de los mismos.
-
Función crítica: ayuda a reconocer
los errores de nuestras realidades e imaginarios políticos, ejerciendo así una
función de criticismo sobre las realidades en las que se acomoda nuestra
cultura.
-
Función esperanzadora: algunos
pesadores afirman que la naturaleza inconformista del ser humano lo convierten
el un ser connaturalmente utópico, con lo que, la utopía es generar la
esperanza de cambio.
Espera
o esperanza. Utopía o ideología.
Bloch, en su texto “¿Puede frustrarse la esperanza?”, nos invita a meditar sobre el sentido y el
significado de la esperanza en el medrar de nuestras vidas, el imaginario
político y ético. Comienza el texto con el axioma: “Cualquier tipo de esperanza puede frustrarse”, dejándonos entrever, desde el principio, el
motivo de su argumentación. La esperanza es fundada y, por ello es
necesariamente frustrable; “De lo
contrario no sería esperanza”. Es
así por su deseo de cambio en algo totalmente dinámico: el futuro, esa es su
creadora negatividad; a diferencia de la falsa positividad en los ideales
creados por otros basados en la espera no en la esperanza. La esperanza es una
actitud activa de cambio basado en un ideal dinámico que busca el continuo
medrar en la meta alcanzable. La esperanza esta abierta al error o, ni
siquiera, nos asegura la llegada a la meta en si. Es un motor de movimiento de
cambio, el motivo por el que el ser se mueve, piensa y crea utopías. No es
seguridad. Lo posible no garantiza nada. Cuando no se consigue lo que la
esperanza dicta llega la frustración pero ¿Debe por ello pasar por
insignificante la esperanza? Por supuesto que no. Es el acto de necesidad de
cambio ante las realidades que nos constriñen, es voluntad de cambio. Aunque no
se consiga el fin estipulado, el camino en sí, la voluntad es pie que camina
sobre arena, deja huella y consigue avanzar. Quizás no hacia el fin esperado
pero si hacia un camino en si.
La espera es convertirnos en objetos
pasivos, en el sentido intelectivo, es decir, esperar que otro nos de la respuesta
al ideario. En este caso, la espera sería encarnada por los ideales. Entonces,
utopía e idealismo se contraponen. Utopía es generador de doctrinas nuevas, los
ideales y la espera acaecerían como una mezcolanza de un ideal político
anterior en el que esperamos que el aspecto subjetivo sea supeditado por una
voluntad abstracta mayor, la del un líder o pensador. Con lo que, un argumento
externo disfrazaría la oquedad de los propios y la espera de que esos ideales
sean los correctos sería la pasividad intelectiva. Además, la aspiración a un
ideal condena la libertad del ser a las voluntades de unos pocos y la llegada a
tales ideales correspondería la muerte del cambio por la llegada del ideal
perfecto que ya no admite variación alguna. La ideología es siempre la posición
del “otro”, nunca la de uno mismo. Las ideologías se presentan como anacrónicas
dado que son supuestos derivados de una situación histórico-económica
particular, resultan inadecuadas o desfasadas con el desarrollo socialmente
alcanzado. Las utopías y la esperanza tratan de trascender la realidad, a pesar
de ello, ambas, están social e históricamente determinadas y son incongruentes
con la realidad (Mannheim). Lo que las distingue es su orientación temporal y
su forma de generarse, el idealismo desde las representaciones del “otro” o
pasado que fue mejor y las utopías desde la autarquía y un ideario imaginario.
La ideología también puede utilizarse para el adoctrinamiento de un sistema
impuesto, es decir, para generar convencimiento sobre el sistema actual y, así,
no generar discordia. De este modo el adoctrinamiento sobre un sistema actual o
sobre la mezcolanza de otro anterior serían igual de coercitivas; conseguir,
sin violencia, el consentimiento y la cooperación dentro de un sistema que escapa
al cambio (integración simbólica).
Con este planteamiento nos encontramos
con lugares utópicos dentro de sociedades perfectamente organizadas:
Heterotopías.
Utopías
y heterotopías.
Foucault denominó heterotopías a una
especie de utopías efectivamente realizadas en ciertos lugares distintos a
todos los demás y que son perfectamente localizables. Es decir, lugares que
viven fuera de las reglas ortodoxas, aislados, aparentemente, del sistema
dominante. Existen dos grandes grupos:
-
Heterotopías de crisis:
propios de las sociedades primitivas, en las que hay lugares privilegiados,
sagrados, prohibidos o reservados a individuos en crisis respecto a la sociedad
en la que viven ( adolescentes en los ritos de paso, mujeres menstruales,
viejos…). Estas utopías de crisis han sido sustituidas por otras en nuestra
sociedad.
-
Heterotopías de desviación:
lugares en los que se sitúan a los individuos desviados de la media o de la
norma (clínicas psiquiátricas, prisiones, campos de concentración, gulag…).
Ante estas dos heterotopías descritas por
Foucault me dispongo a añadir una más propia de la crisis actual de principios
e ideales que, ante la imposibilidad de actuar en el cambio hacia el sistema ,
estamos viviendo en la actualidad.
-
Heterotopías de evasión: Esta
especie de ascetismo cultural se forja en las comunas, sectas o cualquier grupo
cerrado que intente la evasión de la realidad actual o la integración en un
supuesto grupo de iguales. Los paralelismos en otras épocas son, por ejemplo:
los retiros ascéticos en conventos o iglesias. El problema de esta evasión es
el retiro de la vida pública y la imposibilidad de deformación de la realidad
desde una esfera apartada, además, de ese confinamiento en un lugar que,
seguramente, entrañe un problema mayor o dependa enteramente del sistema
externo del cual escapan. Con lo que te conviertes en prisionero voluntario de
una especie de cárcel o psiquiátrico para gente inadaptada. (Argumentación
completa en un texto posterior).
De esta manera, igual que las utopías
están fuera de tiempo y de lugar (Ucronías), la heterotopías dependen
enteramente del sistema, cultura y momento histórico en el que residen
(Crónicas). Estos lugares crean un espacio de ilusión el cual denuncia como
cínico o más ilusorio el espacio real, o crean un espacio de compensación,
donde todo esta tan perfectamente dispuesto que el mundo habitual queda
desvelado en su orden y embrollo (Carlos Gómez). Estos lugares también pueden
ser de paso efímero como: burdeles, museos, discotecas… son lugares de evasión
de la realidad dispuestos en otro sentido diferente al establecido. Lejos de
ser peyorativos puede, incluso , que sean necesarios para el esparcimiento del
ser, quizás el problema sea anquilosarse de manera permanente a ellos y crear
una abstracción perenne o de la que no se puede escapar.
Lo importante de la esperanza ligada a la
utopía sería el espíritu de las cuatro funciones antes señaladas, lo que nos
obliga a describir dos tipos de utopías.
De
la espera a la esperanza. Utopías horizontales y verticales.
La utopía se conecta no tanto con la
simple espera, sino, con esa espera activa que es la esperanza. De esta manera
el ciudadano no huye a un futuro mejor sino que lo procura. En esta andadura
vertical no nos encontramos con el camino fácil sino que podemos encontrarnos
con más dificultades derivadas de la lucha por la dignidad en la disputa con un
mundo de opresión y claudicaciones. La esperanza ha sido ligada históricamente
al concepto metafísico-religioso, su contenido puede seguir siendo el mismo, no
obstante, en este punto de manera secular. En este aspecto la esperanza no es
tanto asentimiento como confianza en que ese fin o mundo es por
el que vale la pena vivir. De este modo la esperanza no estaría reservada a las
postrimetrías (muerte, juicio, infierno y gloria) ni al aspecto soteriológico
(el estudio de la salvación del alma) sino, que frente a la concepción circular
del tiempo (tradicional de las religiones) se impondrá una de “progreso”,
lineal y progresiva hacia la plenitud (como hijos de la ilustración).
Con la libertad del hombre – que es
responsabilidad: virtud y condena – la vida humana cobra sentido y
protagonismo, gracias a su participación en la presunta marcha hacia el
progreso, que puede ser “Unas veces al bien, otras, al mal” (Sófocles, coro de
Antígona) y la importancia del tercer imperativo Kantiano, “Obra como si, por
medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino
universal de los fines”, como instigación a la autonomía del ser. Kant dudaba
de un progreso lineal, pensaba que el ser humano tenía una propensión natural
hacia el mal que se compensaba con una mayor hacia el bien. Apelaciones hacia
la naturaleza del ser vienen existiendo desde el nacimiento del pensamiento; la
figura del estado como coercitivo del ser malvado, el bien como esencia del ser
o la libertad. La libertad es virtud y
condena por: puedes ser cómo y lo qué quieras pero depende enteramente de ti,
con lo que el peso recae fuera de
cualquier argumento huero de determinismo.
“El
principio de la esperanza” de Bloch para el que la utopía es la luz que
ilumina hacia el cambio y la percepción del horizonte de posibilidades que
atraviesan todo lo real. El marxismo no debe entenderse como socialismo
científico (Corriente fría) es necesario contar con el sujeto revolucionario
(corriente cálida), capaz de cambiar el mundo incluso navegando
contracorriente. Este pensamiento basado en el futuro abierto a lo nuevo,
aún-no-consciente y aún-no-a-llegado-a-ser, pues: “nada es más humano que
traspasar lo que es. Cuando el deseo de superación de un presente no cumplido
accede a la razón, se produce la esperanza; cando la esperanza se conjuga con
las posibilidades objetivas que atraviesan la realidad: florece la utopía.
El marxismo blochiano quiere ser religión
en la herencia: los contenidos mesiánicos y esperanzadores de la religión deben
incorporarse al movimiento revolucionario. Es una especia de trascendencia sin
trascender que oriente los esfuerzos humanos hacia lo mejor. La esperanza, como
dijimos, no implica seguridad, dado que se puede frustrar, lo que nos es el
movimiento ascendente generado de la misma, mas, no de una manera total por
que: lo necesario es lo posible pero no lo invariable. El horizonte debe
diluirse en la verticalidad para no caer de nuevo en el error del estancamiento
de la espera y la ideología.
El
héroe rojo.
La tarea del héroe rojo, sabiendo que es
un camino encrespado y difícil, es encaminar la realidad hacia un presente
cumplido: la patria de la identidad, en la que, según Marx, el hombre quedará
naturalizado y la naturaleza humanizada. Siendo disidente bajo la potestad de
su identidad pero respetando la decisión de consenso, a no ser que sea injusto
o atente contra el segundo imperativo categórico kantiano: “Obra de tal modo
que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro,
siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”, respetando de esta manera al
ser racional y luchando contra las injusticias sobre este. Llevando lo individual
a discurso es decir: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean
compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”
(Jonas); y obra de tal modo que tu acto pueda ser llevado a consenso por tus
coetáneos mediante la argumentación (Muguerza, Habermas) y la ética discursiva..
Comentarios
Publicar un comentario